Hace poco Joan Maria Pou me pidió cinco libros para recomendar por Sant Jordi al No ho sé. No hablamos antes, pero entendí que tenían que ser obras relativamente nuevas. Si se tratara de los cinco libros que nos han configurado por dentro, por dentro así en general, llevaría cada abril la Rodoreda, o mi libro de familia, o el Nuevo Testamento y la sección no la emitirían ni en Ràdio Estel.

Por eso llevé Frankie Addams, la novela de Carson McCullers editada hace poco por L'Altra editorial. Como en la página de créditos decía "1ª edición: enero de 2017" me pareció que todavía podía contarla como novedad. Sí que me extrañó que el copyright de la traducción fuera del 2009, pero pensé que el traductor había pedido dinero a alguna institución porque una editorial se había comprometido a publicarla, y que al final le secuestraron el texto unos años. Ahora me doy cuenta de que se trata de un razonamiento garrulo, garrulo en extremo, pero en aquel momento no caí en ello.

El caso es que no era ninguna novedad, porque era la misma traducción revisada de Frankie Adams que Jordi Martín Lloret había publicado en Empúries en 2009. Recuperar una obra buena que otra editorial deja morir es un acierto. El único problema es que no lo decía en ningún sitio, que esta obra se había publicado antes en catalán, y que yo la tomé por novedad —por novedad en primicia, para entendernos.

Toda esta secuencia es bastante comprensible. Que Pou hiciera un especial por Sant Jordi. Que yo entendiera que tenía que llevar novedades. Y que L'Altra publicara aquella traducción de Empúries como una primera edición de la novela. Es todavía más comprensible si pensamos que la actual editora de L'Altra es la antigua editora de Empúries —y que me juego la nariz que fue ella, quien en 62 había trabajado para publicar McCullers.

Tener carnet de la Filmoteca es fantástico, pero leer cosas bien editadas en los 90 hace ñoño y pedante

Lo que me interesa de la anécdota es qué dice de nosotros como comunidad lectora. De entrada, es obvio: la importancia excesiva que damos a las novedades. Ir a la última quizás es la razón de existir de la moda. Pero que también en literatura sea más importante ir a la última que leer cosas que vale la pena leer, es bastante demencial. Resulta que tener carnet de la Filmoteca es fantástico, pero que leer cosas bien editadas en los 90 hace ñoño y pedante. Que una novela de Carson McCullers editada en 2009 —una novela buena, que no se publicó para quemarla un Sant Jordi- ya no estuviera en las librerías, no tiene pies ni cabeza.

También es indicativo que L'Altra no viera oportuno explicar que se trataba de una reedición. Supongo que los medios no publicitan las reediciones. Y eso es grave y es absurdo. Una reedición tiene que ser noticia. Si la reedita la misma editorial, porque hace un esfuerzo por mantener vivo su catálogo, que es el motivo por el que existe. Y si la reedita otra editorial, todavía lo tendría que ser más, porque asume el riesgo que la primera editorial ya no toma. Eso facilita que una obra de valor como Frankie Addams llegue a los nuevos lectores. Entre ellos yo, que en 2009, cuando la publicó Empúries, debía estar empollando listados absurdos en la facultad o drogándome.

Ahora no me veo con ánimos de solucionar la historia del hombre y de la sociedad en un artículo breve. Ya comprendo que lo nuevo nos estimula más. Y que está bien, hablar de obras recientes de autores que todavía respiran, para mantener activa la industria, porque los clásicos también fueron autores vivos en algún momento, porque los muertos no firman libros ni van al programa del Pou o del Grasset, y porque así ampliamos el listado de obras que nos configuran. Pero los libros de fondo son importantes. Las reediciones son importantes. Y si los medios publicitamos lo que está bien y los lectores compramos lo que está bien —una novedad, una reedición, o una nueva edición con la traducción renovada— no tendremos que hacer cosas extrañas.