Hace unos días saltaba a la actualidad informativa el caso Lezo, la enèsima trama de corrupción que afecta a altos dirigentes del Partido Popular, el partido del gobierno español, y altos directivos de empresas constructoras –sector estratégico de la economía española. Las mismas oligarquías y la misma arquitectura de la trama que en las anteriores ocasiones. Esta vez, sin embargo, con el agua –elemento de primera necesidad– como actor invitado. En Madrid –núcleo de la enésima trama de corrupción– la opinión pública no manifiesta una reacción de desaprobación. Las encuestas que publican los medios de prensa españoles revelan que la corrupción no afecta a la confianza de los ciudadanos hacia el partido del gobierno. La corrupción, una vez más, es interpretada por la sociedad madrileña –y por extensión española– como un mal menor inevitablemente asociado al ejercicio del poder. La corrupción convertida en fenómeno cultural e institución social. En el país del Lazarillo de Tormes.

El 'Lazarillo de Tormes'

La cultura de la corrupción, que quiere decir el fenómeno asociado al ejercicio del poder, tiene una larga historia en la sociedad castellana, que quiere decir española. Una profunda raíz que remonta a la época en que un genio anónimo legó a la posteridad El Lazarillo de Tormes; un excelente dibujo literario de la sociedad castellana del tiempo de un imperio "donde no se pone el sol". Principios de la centuria de 1600. En la cima de la pirámide política y económica –una verdadera cadena trófica social– las oligarquías militares y latifundistas de "rancio abolengo" inmensamente ricas. Y en la base una espantosa masa de campesinos y de artesanos empobrecidos y derrotados en sus particulares revoluciones sociales; y de jornaleros y de marineros hundidos en la miseria. Un dibujo inexplicable cuando las propias fuentes españolas afirman, con castiza rotundidad, que nunca en el transcurso de la historia de la humanidad pasó tanto oro y tanta plata –el metal americano– por unas solas manos. Valga la expresión.

Lerma, padre putativo de la corrupción

En este contexto surge la figura de Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, miembro de la aristocracia latifundista, titulado duque de Lerma y privado –ministro plenipotenciario– del rey Felipe III de Castilla y de Aragón, un poderoso monarca que sentía una gran afición por las cacerías y una auténtica repulsión por las tareas que le correspondían. Lerma –en Castilla está la vieja costumbre de nombrar a los aristócratas por su título– sería el padre putativo de la corrupción. Mientras ejercía como privado del rey, adquirió una gran cantidad de fincas en el centro y en la periferia de Valladolid, entonces una pequeña capital de provincia. El hecho, por sí solo, revela la gran capacidad económica del personaje y, sobre todo, de su entorno de colaboradores. Y lo que podía parecer una inversión destinada, únicamente, a convertirlos en amos y señores de una ciudad de provincias; ocurrió el gran pelotazo inmobiliario del siglo. Año 1601. Dicho y hecho.

Valladolid, 1574. Braun i Hogenberg. Wikipedia

Valladolid, 1574. Braun y Hogenberg / Wikipedia

El "pelotazo" de Lerma

Felipe III, a instancias de Lerma, dictaba que la nueva capital del imperio "donde no se pone el sol" sería Valladolid. Y que la corte en peso, entonces establecida en Madrid, se tenía que trasladar –por favor a la fuerza– a la nueva capital. Lerma, que había comprado a precio de pueblo, vendió a precio de capital; e hizo buena a dicha castellana "Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid...". No hace falta un gran esfuerzo para imaginar los grandes beneficios que se generaron para el bolsillo particular del privado del rey y del de sus colaboradores. Porque, hay que añadir, que la cultura de la propiedad –contemporáneamente tan arraigada en la sociedad hispánica– tiene un origen en los estamentos aristocráticos de la Castilla barroca: "tanto tienes, tanto vales". La clase cortesana, lejos de denunciar el pelotazo, no escatimó esfuerzos en la mudanza. El prestigio que conducía al abrigo del poder tenía un precio que se pagaba con la imagen. El postureo de la corte.

La ruina de las clases populares madrileñas

La operación Lerma, presentada de esta forma, no es más que una maniobra especulativa y prevaricadora con elementos de película de mafiosos: uso de información privilegiada y abuso de poder. Pero la historia no acaba aquí. Tampoco hace falta un gran esfuerzo para imaginar la situación en que quedaron las clases populares madrileñas. Madrid era una pequeña ciudad de 40.000 habitantes, lejos de las potentes y cosmopolitas València, Sevilla o Lisboa que superaban los 100.000 residentes. La mitad del censo estaba formado por la corte, los domésticos de la corte, los militares, los clérigos y los hidalgos –una especie de cotillas que podríamos catalogar como el precedente más remoto de la prensa mal llamada del corazón. Y la otra mitad eran artesanos, tenderos y hostaleros establecidos en la "villa y corte" para dar servicio a las clases pasivas. Si consideramos el evidente perjuicio –la ruina– que provocó en las clases activas madrileñas, entonces la maniobra adquiere la categoría de corrupción.

Madrid, 1562. Wyngaerde. Biblioteca Nacional de Austria. Viena

Madrid, 1562. Wyngaerde / Biblioteca Nacional de Austria

"Gracias, Lerma, contigo empezó todo"

El año 1605, cuatro años después, Lerma, embriagado de poder, repitió la operación de inversión inmobiliaria. Pero en sentido inverso. Compró a precio de saldo –con la inestimable ayuda de sus inseparables colaboradores– palacios y solares en la antigua "villa y corte", convertida, gracias a su corrupta maniobra, en una ciudad decrépita y, naturalmente, barata. El año 1606, pasado un año, el rey Felipe III –en un descanso entre cacería y cacería– firmaba, como resulta fácil imaginar, un decreto ordenando el traslado de la corte de nuevo en Madrid. El bolsillo de Lerma –y el de sus colaboradores– recibió una segunda y monumental inyección de beneficios. Plusvalías, diríamos ahora, que en aquella época no tributaban. Un precedente que explica la cultura de la corrupción. Porque hasta entonces las clases pasivas habían rechazado la actividad mercantil que consideraban indigna a su posición. Lerma, sin saberlo, haría buena la cita contemporánea: "Gracias, Lerma, contigo empezó todo".

Franqueza, el colaborador necesario

Me he referido en varias ocasiones a los colaboradores de la trama. No sería justo acabar sin mencionar al gran arquitecto de la trama Lerma. Pere Franquesa i Esteve, un catalán sospechoso de tener orígenes judíos –la viva representación del diablo en la Castilla atávica–, que sorprendentemente hizo una carrera meteórica al abrigo del paraguas de Lerma. Mientras las cosas funcionaban –"Castilla va bien"– disfrutó de la protección del poder y acumuló un patrimonio impresionante procedente de operaciones irregulares. Pero cuando las minas de oro y plata americanas dijeron basta, se soltaron todos los demonios de la corte y Lerma, acosado, lo presentó como el único responsable de todos los males. Pedro Franqueza –naturalizado castellano– fue embargado y recluido en una mazmorra. Nunca sabremos si recibió notas al estilo de "Luis, sé fuerte". Pero sí sabemos que murió extrañas circunstancias. Y a Lerma, para evitarle la tentación de una nueva mudanza, lo retiraron –casi intacto– sin hacer ruido. ¿Curioso, verdad? Da que pensar.