Mientras Karl Ove Knausgard mataba el tiempo antes de saltar al escenario del CCCB, en la fila de detrás unas señoras comentaban con entusiasmo que debia tener una polla épica, una pierna del medio descomunal. A la salida del acto, hablando del tema con Jordi Nopca, Marina Porras dejó caer con su gracia fría de aristócrata victoriana:

- No deben haber leído los libros, estas señoras. Porque si la tuviera tan grande, ya nos lo habría hecho saber escribiéndolo. Su literatura va precisamente de eso.

Como todos los escritores interesantes, Knausgard tiene una naturaleza de puerta giratoria. Todo el mundo puede proyectar sus traumas y obsesiones, y volver al punto de partida más viajado y sabio. El fenómeno del escritor noruego hace pensar en una frase de León Daudet, que Josep Pla tuvo que hacer suya durante el franquismo: "La fama es como fumar un cigarrillo del revés".

Ahora que todo parece que cae y que los sistemas de valores es estructuras cínicas, la obra de Knausgard tiene la gracia de transmitir una ilusión de realidad sólida y auténtica. Contra la banalización de la intimidad que promueven las redes sociales, Knausgard explora las fronteras del Yo íntimo describiendo, aparentemente de forma realista, los detalles incluso más sórdidos de su vida.

Una prueba que su artefacto literario funciona es la dificultad en hacer decir cosas al autor que ayuden a explicar su obra mejor de lo que se explica sola. En la rueda de prensa, excepto Nopca y una chica que no conozco, las preguntas de los periodistas hacían reir mucho. Un periodista argentino tuvo que leer dos veces su pregunta para no perder el hilo de su propia pedantería.

En el acto de la tarde, las intervenciones de los lectores siguieron una tónica parecida. Knausgard respondía siempre con tacto. La consideración que mostraba costaba de ligar con el recuerdo del escritor taciturno que vino hace unos años a Barcelona. Y también con la figura selvática que aparece en sus libros, y con el físico imponente que tiene, de arponero obsesivo y bebedor de novela de aventuras náuticas decimonònica.

Dentro de su carácter huraño se le veía casi feliz, como si viviera una especie de experiencia mística o de aprendizaje redentor. Aunque tenía comentarios inspirados y a veces nos miraba como si estuviéramos locos, a menudo parecía que hablara para sumar likes en su muro del Facebook. La fama, me hizo pensar, lo empieza a domesticar, lo conecta con el mundo y lo concentra en el momento; le ayuda a socializarse.

El escritor ya ha explicado en algunas entrevistas que las páginas de mi lucha son una reacción contra su tendencia a salirse por la tangente, a no estar nunca del todo presente en los sitios. El detallismo y la crudeza de sus libros -que dice que escribe casi a chorro, en un estado de semiconciencia- son un intento de recuperar una dimensión de la existencia que cree que se le escapa porque tiende a vivir con la cabeza en otra parte.

En una intervención inspirada, Knausgard recordó que es hijo de una sociedad gregaria, en la cual se castra el individuo en nombre de la solidaridad, y que su gesto literario es una rebelión del espíritu, un intento de encontrar espacios de libertad, para transgredir y poder ampliar su identidad sin traicionarla o fragmentarla, o acabar en manos de un psicólogo.

Aun así, lo que llama la atención, cuando lo ves chapoteando para sobrevivir como si fuera Don Draper de Mad Men, es el profundo materialismo que transpira. Es como si la socialdemocracia hubiera destruido la imaginación y los europeos sólo tuvieran fuerza para refugiarse en el mundo de cepillos de dientes y de pajas en los lavabos públicos, con libros de obras de museo, que Knausgard describe en sus libros.

Proust nos enseñó que la imaginación era más importante que la vida material y que se podía vivir intensamente cerrado en una habitación. Knausgard hace un gesto parecido, pero saliendo de un mundo que ha perdido la capacidad de elevarse por encima de las condiciones materiales y que necesita exprimirlas cada vez más desesperamente para dar un mínimo de sentido a la existencia.

Sería divertido que Knausgard escribiera sobre su experiencia de la fama, y su gira americana y europea. Me parece que necesitará hacerlo, si quiere mantener vivos los demonios que lo ayudan a vivir despierto, y evitar que el público acabe reduciéndolo a la autoayuda o al tamaño de su flautín o su trombón.

Padre de cuatro criaturas, hace poco que se ha divorciado y, como Nopca me hizo notar, en la cola de las firmas algunas fans parecía que pensaran: "este vikingo busca pescado fresco". En un mundo que ha perdido el contacto con la pobreza y el espíritu, la base de la realidad no pueden ser los sueños, sino tan sólo aquello que puedes tocar. En casos como este, supongo que vale más que todo sea bien grande y, si puede ser, un poco exagerado.

También por eso Knausgard escribe como escribe.