Me gustaría escribir sobre la Osteria Francescana, este restaurante de Módena que ahora algunos expertos han decidido que cocina los mejores platos del mundo. Hace tiempo que quiero ir. Y no por el premio que ha ganado. Los premios llenan los restaurantes de gente absurda y ponen una presión artificial sobre los cocineros y el servicio. 

Quería escribir sobre la Osteria Francescana porque es fruto de una historia de amor. El amor vertebra a las personas y es la base del progreso. El amor es una fuerza que se inspira en el pasado pero que nos impulsa hacia el futuro con coraje y esperanza. Se pueden aprender muchas cosas sobre la relación entre el amor y el progreso a través de la gastronomía. Lo pueden comprobar en el capítulo de Chef's Table dedicado al Restaurante de Massimo Bottura

El capítulo explica el provecho que el chef sacó de la sabiduría de una mamma jubilada que se estaba quedando ciega. También habla de la relación con su mujer, que empezó en Nueva York cuando le dijo con su inglés de genio intuitivo: "hola, soy un chef italiano”. En el 2012 Italia sufrió un terremoto y el chef salvó la industria del queso parmesano de Modena con un plato denominado Risotto Cacio Pepe

Vistos a través del espíritu artístico de Bottura, los políticos españoles parecen esos clientes que hacen el chulín en los restaurantes modernos sin haber probado la cocina casera. Bottura puede experimentar con la comida, pero conoce perfectamente la cocina de las abuelas. Es consciente de la relación que hay entre el placer y la memoria, y sabe que un plato elaborado con amor tiene el poder de hacerte viajar a la niñez.

Si los chefs trataran el pasado con el mismo poco cuidado que los políticos españoles, la gastronomía no sería un negocio. Desde el punto de vista gastronómico, la mayoría de los españoles todavía vienen de los platos de las abuelas y las madres. La fuerza de la vida local explica que España sea resistente a los descalabros, y también que Catalunya y el País Vasco tengan los mejores restaurantes y quieran independizarse.

Quizás porque la gastronomía es fuerte y variada, lo que une España es el dolor y la desgracia. Los políticos juegan a combinar palabras como si fueran concursantes de unos juegos florales porque prefieren vaciar el pasado de contenido que tener que trabajarlo. Yo, cada vez que Pedro Sánchez, Albert Rivera o algún joven del PP hablan de los peligros del populismo o de Venezuela, me los imagino sirviendo hamburguesas en una barra de McDonald's. 

En el debate del otro día sólo Pablo Iglesias consiguió salir de las fórmulas retóricas. Iglesias es el único candidato que tiene una relación saludable con la historia, pero su agilidad se acabó cuando el presentador le pidió por el referéndum. Iglesias no osó decir qué piensa del caso catalán. Pero cuando el debate se acabó tenía cara de pensar que, mientras España no afronte su historia, a él no le van a permitir llegar nunca a la Moncloa.

Últimamente, he visto dos películas sobre la importancia de reconciliarse con el pasado. Una se titula Ararat y trata sobre el genocidio armenio. Se puede encontrar en el YouTube y hay un cuarto de hora, entre el minuto 50 y la hora y cinco minutos, que lo tendrían que pasar en todas las escuelas de Catalunya. La película explica con qué sutilidad se puede llegar a envenenar la alegría de la gente y la vida de una comunidad cuando un Estado se niega a reconocer episodios de la historia que afectan a sus ciudadanos.

El otro filme habla de la herencia del nazismo y lo podrían poner en las escuelas de verano de estos partidos que están llenos de hijos de militares y policías, como el PSOE, el PP o Ciudadanos. What our fathers did, a nazi legacy es un buen documental. Los protagonistas son dos hijos de criminales de guerra del ejército alemán y un judío norteamericano, cuya familia fue exterminada en un pueblecito del este de Europa 

Es curioso ver cómo los tres protagonistas se enfrentan al pasado y a las actitudes particulares de los otros ante los mismos hechos históricos. Uno odia al padre de manera tan feroz que lleva siempre con él la fotografía que le hicieron  los americanos después de colgarlo. El otro lo justifica con tesón y, aunque condena el nazismo, se siente reconfortado cuando un grupo de ucranianos fascistas le aseguran que era un buen hombre. Con respecto al judío, no llegó a conocer la parte de la familia exterminada, pero habla como si su trágico destino le hubiera infringido una herida íntima.

El documental describe muy bien la necesidad que todos tenemos de dar un sentido a la vida de las personas que nos han amado, sea odiándolas o justificándolas. Explica como el pasado marca nuestro vínculo con la comunidad y nuestros puntos de vista, a veces de manera muy extrema. En un país que trata la historia con la fanfarroneria del verdugo o con el resentimiento de la víctima, un documental parecido haría mucho bien -cuando menos ayudaría a los políticos que pretenden ser la encarnación del recto juicio.

Lo que hicieron nuestros padres: un legado del franquismo. Lo que hicieron nuestros padres: la Catalunya que tenemos. Cuántas imposturas nos ahorraríamos. Como mejorarían los discursos. Durante la Transición, Felipe González se comprometió a no tocar del tema el franquismo hasta que los protagonistas estuvieran muertos. Ahora que por fin han muerto, algunos partidos hablan del futuro igual que hablan de la Constitución, como si el pasado no tuviera la más mínima importancia. Supongo que tienen miedo de afrontar la historia de la relación entre Catalunya y España.

Lean Una sociedad asediada. Barcelona 1713-1714, de Albert Garcia Espuche. Hasta la guerra civil, Catalunya y España discutían sobre los límites de la monarquía, ahora discuten sobre los límites de la democracia. El hecho de que resolver las diferencias a bofetadas ahora sea más difícil, de momento no hace que el debate sea más inteligente. A medida que España intenta huir de su pasado, el discurso se degrada. El pasado puede dar profundidad al amor y a la imaginación, pero también puede desangrarnos. 

Uno empieza huyendo de su pasado y se acaba creyendo Napoleón. O Don Quijote de la Mancha.