Amberes (Flandes), 4 de noviembre de 1576. El ejército hispánico de Felipe II, el rey "del imperio donde nunca se pone el sol", se entrega al saqueo de la ciudad. Durante cuatro días, entre el 4 y el 7 de noviembre de 1576, los soldados hispánicos protagonizaron el episodio más sangrante de la historia de Flandes. Al saqueo indiscriminado y al incendio sistemático se sumó la persecución y el asesinato de la población civil desarmada. Las fuentes historiográficas, las de la época, hablan de miles de víctimas mortales apuñaladas, tiroteadas, empaladas, decapitadas y carbonizadas. Y la historiografía contemporánea estima un balance de 10.000 víctimas mortales. El 10% de la población de Amberes. Miles de personas indefensas ejecutadas en una orgía de sangre que la mitología hispánica sacralizaría con la expresión "Furia española". Una explosión de brutalidad que contribuiría a alimentar la "leyenda negra" que, en 1576, ya perseguía el sistema de dominación hispánico.

Litografía coetánea. Masacre de Amberes (1576). Fuente: Wikimedia Commons

El primer paso

Para explicar la relación entre Flandes y la monarquía hispánica ­—el sistema de dominación hispánico— nos hace falta retroceder casi un siglo en relación con la terrible masacre de Amberes. Año 1477. María de Borgoña, soberana de los Países Altos —un tapón que impedía la expansión francesa hacia los principados alemanes— y de los Países Bajos —otro tapón que limitaba la proyección del gallo francés hacia el mar del Norte— fue casada con Maximiliano de Habsburgo, archiduque de Austria, enemigo secular de la cancillería de París y más adelante (1486) elegido, por razones obvias, emperador romanogermánico. La prematura y sospechosa muerte de María —en una caída del caballo mal explicada y todavía peor documentada— puso en manos del austríaco el patrimonio de la borgoñona. El viudo Maximiliano pasaba a ejercer el control de un cinturón territorial que rodeaba Francia por el norte y por el nordeste. La necesaria tenaza para ahogar definitivamente la monarquía francesa tenía que llegar por el sur. Se había dado el primer paso.

Países Altos y Países Bajos (1465-1477). Fuente: Wikimedia Commons

El segundo paso

En este punto es importante aclarar que la herencia de María de Borgoña era un rompecabezas de unidades políticas independientes que únicamente compartían la figura del soberano. En aquel caso, una duquesa independiente. Un sistema organizativo muy similar al de la Corona de Aragón. El condado de Flandes era una unidad política independiente que formaba parte del conglomerado de Borgoña, en la medida en que el Principado de Catalunya lo era de la Corona de Aragón, por poner dos ejemplos. Sin cuestionar el sistema organizativo, las grandes dinastías de la época tejían políticas matrimoniales con el propósito de reunir grandes patrimonios familiares. Y Maximiliano de Habsburgo, que a su condición de archiduque de Austria y enemigo de Francia sumó el patrimonio de Borgoña y el nombramiento de emperador romanogermánico, el árbitro necesario para guiar el avispero alemán contra la amenaza francesa. Inevitablemente tenía que fijar la mirada en el sur de los Pirineos. Se había dado el segundo paso.

El tercer paso

El Habsburgo y los Trastámaras (Fernando de Aragón e Isabel de Castilla) enseguida hicieron Pascua y Ramos. Una comunión de intereses fundamentada sobre la existencia de un enemigo común. Negociaron un acuerdo dos por uno que pasaba por aparejar los respectivos retoños. El heredero de la católica pareja, Juan de Trastámara, con la princesa Margarita de Habsburgo, y el heredero del emperador, Felipe el Hermoso, con la infanta Juana la Loca. Todo apuntaba que un Trastámara sería investido conde de Flandes, pero la probadísima ninfomanía de Margarita envió a Juan a la tumba en poco menos de un año. Y Carlos, el primogénito de Felipe el Hermoso y Juana la Loca —que el destino y la mano de Maximiliano convirtieron en heredero de las dinastías Habsburgo y Trastámara— sería, a propósito, concebido y parido en Gante (1500), prueba evidente que Flandes no era un territorio residual sino que jugaba un protagonismo destacado en aquel imperio embrionario. Se había dado el tercero y definitivo paso.

Litografía coetánea (2). Saqueo de Amberes (1586). Fuente: Wikimedia Commons

Las causas del conflicto

Carlos, concebido, parido, criado y educado en Flandes, se marchó a los diecisiete años hacia la península Ibérica a gobernar su vasta herencia. Si bien es cierto que con aquella decisión impedía que los Países Bajos —la región más rica y dinámica del imperio de los Habsburgo— jugaran el papel político que les correspondía, también lo es que Carlos no sería el responsable de la fabricación del conflicto. Cuando menos de manera directa. Durante el reinado de Carlos de Habsburgo (1516-1556), que la historiografía española llama curiosamente I de España y V de Alemania —cuándo ni España ni Alemania existían como estados—, se fabricaron las dos principales causas que harían estallar el conflicto. Por una parte, la difusión y la profesión del calvinismo (una rama del protestantismo) tanto entre las élites como entre las clases populares de los Países Bajos, y por la otra, la violenta represión que ordenó ejercer a Felipe II (hijo y heredero de Carlos) a través de la Inquisición y de los Tribunales de Tumultos.

La religión de la libertad

Felipe de Habsburgo, de quien se podría decir "Felipe, contigo empezó todo", era la antítesis de su padre. Concebido, parido, criado y educado en Castilla, su idea del poder estaba escrita sobre los principios del autoritarismo, la violencia, la represión, la venganza y el fanatismo religioso. Una mística explosiva convertida en cultura política y social. Antiprotestante furibundo, convirtió el catolicismo militante en la piedra angular de su política unitarista. Que no era poca cosa, porque en la centuria de 1500 la religión era uno de los pilares del poder y un vehículo de expresión del pensamiento de la sociedad. Y eso quiere decir que en buena parte de los Países Bajos el calvinismo —la prédica de Jean Cauvin que negaba el poder y la jerarquía del Pontificado— encajaba como un guante en la mano en la cultura mercantilista que practicaba su sociedad. Perseguir y reprimir la reforma calvinista equivalía a negar la reivindicación de libertad de los Países Bajos.

Países Bajos. Las Diecisiete Provincias (1556-1648). Fuente: Wikimedia Commons

Un conflicto político-religioso

Libertad de culto quería decir libertad de pensamiento y de actuación. Poner en cuestión el poder establecido. En el conjunto de las Diecisiete Provincias (el nombre que recibían los Países Bajos) se instaló un conflicto entre católicos y calvinistas más allá de la cuestión confesional, traducido en el plano político en un enfrentamiento entre partidarios de la dominación hispánica y partidarios de la independencia respectivamente. Felipe II, que se intitulaba "campeón del catolicismo" —una curiosa dignidad que pretendía solapar unidad religiosa y unidad política—, envió tropas a sofocar las revueltas político-religiosas que habían estallado en cinco provincias del norte (1566). El rey hispánico y su corte de fanáticos, que merecían el epíteto de "campeones de la corrupción", amparados en la quiebra económica de la monarquía, interrumpieron los pagos de la soldadesca en plena campaña de represión y, queriéndolo o no, acabarían convirtiendo una revuelta local en una guerra generalizada.

El Tribunal de los Tumultos

Flandes, inicialmente, no formaba parte del territorio sublevado. Sus élites conservaban una cierta relación con la monarquía hispánica que venía de la época del rey Carlos I. Su situación geográfica, junto a las provincias sublevadas, la convertía inevitablemente, sin embargo, en cuartel de las tropas hispánicas y, automáticamente, en víctima de sus miserias. En plena revuelta de las cinco provincias del norte y sin presupuesto para pagar el ejército represor, Francisco Álvarez de Toledo y Pimentel (duque de Alba y capitán general hispánico en los Países Bajos) ordenó la recaudación de impuestos extraordinarios que provocarían una corriente de indignación entre la sociedad de Flandes. El duque de Alba lo resolvería a la manera genuinamente hispánica: una dosis más elevada de represión para acabar con la contestación. En 1567, con el visto bueno entusiástico del "campeón del catolicismo", creaba el Tribunal de los Tumultos, que sería reveladoramente conocido como el Tribunal de la Sangre.

Plano coetáneo de Amberes (1572). Fuente: Wikimedia Commons

La represión hispánica

Durante los nueve años que separan la creación del Tribunal de Tumultos (1567) de la masacre de Amberes (1576), el aparato represor hispánico escribió una de las páginas más negras de la historia de Flandes. Procesó a 8.957 personas acusadas de promover la revuelta contra la monarquía hispánica y contra la unidad católica. 1.083 personas serían públicamente ejecutadas y una masa de población no cuantificada pero relativamente importante según las fuentes se vería obligada a emprender el camino del exilio. Los casos más sonados serían el del conde de Ergmont, primo del rey Felipe II por vía materna y general del ejército hispánico, y el del conde de Horn, que había sido paje y camarero de Carlos I (el padre de Felipe II) y había ocupado varios cargos en la administración hispánica en los Países Bajos. Ergmont sería ejecutado por su oposición a la implantación de la Inquisición y Horn por mantener negociaciones con los independentistas.

Represión convertida en criminalidad

Durante aquellos nuevos años de plomo, el Tribunal de Tumultos crearía, fomentaría y consolidaría un auténtico estado de terror en Flandes, que se resume en la cita, convertida en divisa, del duque de Alba: "Haericiti frexentur sien, boni nihil fecerunt contra, ergo debent omnes patibulario" ("Los templos fueron quemados por los herejes, y los buenos, los católicos, no hicieron nada para evitarlo, por lo cual todos tienen que ir al patíbulo"). Una cultura de depuración, alimentada a propósito, que desembocaría en la masacre de Amberes. El año 1576 las tropas hispánicas, brazo armado de la represión, habían decidido cobrar los salarios impagados entregándose al saqueo indiscriminado y a la criminalidad impune. Docenas de saqueos y centenares de asesinatos. Y las ciudades de las provincias inicialmente leales a la administración hispánica habían pasado a la acción y fustigaban a los soldados de una tropa que, si en alguna ocasión había tenido el favor de la población, se había ganado a pulso la condición de ejército de ocupación.

Países Bajos hispánicos (1579). Fuente: Wikimedia Commons

"España... ¡A sangre, a carne, a fuego, a saco!

El 4 de noviembre de 1576, los Tercios amotinados de los capitanes hispánicos Valdés, Romero y Vargas acudieron a la petición de refuerzos que reclamaba la guarnición hispánica de Amberes. Las fuentes historiográficas relatan que a pesar de la hora adelantada forzaron la marcha a la arenga de "cenaremos en Amberes o desayunaremos en el infierno" que anticipaba la tragedia. Con soflamas de "¡Santiago"!, "¡España!", "¡A sangre, a carne, a fuego, a saco!", se entregaron a una matanza indiscriminada, una brutal carnicería, que convertiría Amberes en una tragedia de grandes dimensiones. Las reacciones de indignación posteriores a la macabra carnicería hispánica no se hicieron esperar, y las instituciones de gobierno de las provincias no sublevadas exigieron con firmeza la inmediata retirada del aparato represor hispánico. Alba sería la primera víctima política. Felipe II, preocupado por el escándalo que se había generado en las cancillerías europeas, lo relevaría por un conciliador Requesens.

La miseria impuesta

Nueve años más tarde (julio de 1585) los ejércitos hispánicos retornaban a Amberes con el propósito de escarmentar el cortejo de los flamencos con las provincias independentistas. Con protagonistas diferentes. Los ejércitos hispánicos, comandados por Alessandro Farnese, sitiaron la ciudad, defendida por tropas profesionales, durante un año. Una operación militar que no ahorraría las muertes civiles. Los ejércitos hispánicos consiguieron romper las defensas y nuevamente, el 17 de agosto de 1585, se entregaban a un saqueo sistemático y a una matanza indiscriminada. La historiografía estima que el asedio de Amberes costó la vida de 7.000 personas civiles y la destrucción del puerto y del puente sobre el río. La saca autorizada por Farnese era la compensación a tres años de salarios impagados. Amberes, con 100.000 habitantes (Barcelona tenía 40.000) y segunda ciudad de los Países Bajos, tardaría casi tres siglos en recuperar los máximos anteriores a la masacre y el asedio.

Países Bajos. 1559-1600. Fuente: Online Maps Blog