Buena parte de los alimentos que comemos han pasado por la industria alimentaria. Según las grandes empresas y las autoridades del sector, son alimentos absolutamente seguros que han pasado por estrictos controles de calidad. Christophe Brusset no está tan convencido. Y parece ser que sabe de qué habla. Él trabajó durante mucho de tiempo en la industria alimentaria, y asegura que no es así. Y Brusset conoce muy bien el sector: como ingeniero agroalimentario y como directivo ha permanecido durante 20 años en el sector. Y ahora, completamente desengañado de su experiencia, publica ¡Cómo puedes comer eso! Un juicio sumarísimo a la industria alimentaria (Península), donde explica las malas prácticas del sector.

Nada es imposible

Brusset asegura que muchas de las prácticas nocivas de la industria alimenticia se esconden escrupulosamente a los ojos de las autoridades y de los consumidores. Pero él documenta casos que ha vivido personalmente o que han llegado a los medios de comunicación o a los juzgados. Y pone de manifiesto una retahíla de fraudes gravísimos: importaciones de carne producida fuera de la UE y criada con métodos prohibidos en la UE; producción de cremas de gruyère sin ni un solo gramo de gruyère; uso de aditivos que no figuran entre los ingredientes porque se consideran un "aditivo tecnológico" y no un alimento; miel que sólo es una sofisticada mezcla de azúcares; "ahumados" que se elaboran mediante la inyección de un líquido en el interior del producto a "ahumar"; yogures de frambuesa, elaborado con pasta de frambuesas y gusanos; uso de cartón reciclado con residuos de aceites pesados en envases de comida; fechas de caducidad claramente abusivas; productos elaborados con almendras de la semilla del albaricoque, en lugar de almendras de almendros; helados de vainilla hechos con vainilla "agotada", que no tiene nada de aroma, y aromas artificiales... Ahora, según Brusset, el premio a la manipulación se lo llevan los charcuteros industriales, "auténticos magos, maestros del arte de dar gato por liebre". Un ejemplo es el jamón que se vende con aroma "de jamón", y en bloques de diez por diez centímetros y un metro de largo... Todo eso elaborado por una "mantequera industrial", que no es sino una inmensa hormigonera de acero inoxidable.

La engañifa del lujo

Los productos lujosos no están exentos de fraudes. Brusset pone algunos ejemplos: las trufas chinas, de una calidad muy inferior en gusto a las europeas, se venden habitualmente como si fueran trufas francesas; lo que durante años se vendió como jalea real no tenía ni un gramo de jalea, sino que era un subproducto de la miel que llegaba de China a un precio muy económico. Según Brusset, a pesar de todo, el rey de los productos adulterados es el azafrán: muy a menudo se vende flor de cártamo en vez de azafrán. Alguna gente usa chalotas en vez de cebollas para elaborar determinados platos; es lógico porque la chalota tiene un sabor más delicado. El problema es que a menudo la industria alimenticia vende cebollas polacas como si fueran chalotas: y tienen gusto de cebolla, por más que sean polacas.

Contra los apocalípticos

Christophe Brusset no es un purista. No es alguien que rechace de plano la comida industrial. Es más, reconoce que gracias a las producciones industriales, la gente puede comer mucho mejor de lo que comía hace un siglo. Además, gracias a estos procesos, el gasto de los hogares en alimentación se ha reducido con el paso del tiempo, y esto, en principio, es positivo, La cuestión, para el autor, no es suprimir los procesos industriales, sino regularlos estrictamente.

Falta de control

Brusset denuncia que no hay una voluntad real de controlar a la industria alimentaria. Los escándalos sobre la falsedad de ciertos contenidos se repiten periódicamente y no hay nadie que sea capaz de remediarlo. Por una parte, la industria actúa con absoluto cinismo: dedica ingentes recursos a engañar a los consumidores y a buscar las fisuras del sistema para continuar con sus fraudes. "Hay que ser astutos", era la consigna de la gran compañía donde trabajaba Brusset... Por otra parte, las inspecciones son muy esporádicas y las sanciones muy pequeñas en relación con los beneficios. Y, además, se cuenta con la complicidad de la industria agroalimentaria china, que tiene unos mecanismos de control mínimos y que está interesada en exportar el máximo a Europa. A ¡Cómo puedes comer eso! explican que la industria alimenticia intenta no averiguar nunca los fraudes, aunque los sospeche, porque sabe que legalmente no será perseguida si no se demuestra que conocía el fraude. Por eso trabajan a menudo con una serie de sociedades pantalla, como las sociedades financieras más turbias. Brusset defiende que algunos de los fraudes detectados, como durante décadas el uso de carne de caballo en las hamburguesas en lugar de carne de ternera, han sido posibles gracias a las complicidades generalizadas dentro del sector: asegura que en un caso así los responsables de las empresas implicadas saben muy bien qué pasa. Él explica que cuando trabajaba en un gran conglomerado industrial compraron unos champiñones a precio muy bajo porque eran de color azul: no sabían qué podía haber pasado con ellos pero los recolocaron rebozándolos.

Llamamiento a empoderarse

Brusset quiere dejar muy claro que esta evolución de la industria alimenticia conduce hacia un deterioro de la calidad de vida e incluso de la salud humana. Denuncia, sobre todo, que las grandes cadenas de supermercados han reventado los mercados y han forzado a los productores a rebajar la calidad de los alimentos. Y por eso llama a los ciudadanos a tomar las riendas de su alimentación y a intentar evitar las estafas. Para empezar, Brusset propone unos consejos muy básicos: leer bien las etiquetas, rechazar los productos triturados o inidentificables, apostar por los productos de proximidad... Y, sobre todo, exige que los poderes públicos empiecen a aplicar una vigilancia dura y sistemática a la industria alimentaria.

Conocer lo que hace falta

¡Cómo puedes comer eso! es un libro incómodo de leer, sobre todo porque ofrece una mirada de una parte de la cadena alimenticia que nadie mira, y que todo el mundo prefiere no mirar. Esta lectura nos obliga a replantearnos el almuerzo, el tarro de cereales que tenemos en la despensa, la compra de la semana en el supermercado, la visita periódica a la hamburguesería... Pero en una época donde la obsesión por la comida sana se combina con un dominio absoluto del mercado por parte de la industria alimentaria, este es un libro absolutamente necesario para abrirnos los ojos sobre las prioridades que hay que establecer a la hora de "comer sano". La industria alimentaria, que no cesa de inventar nuevos productos que nos presenta como los más sanos, es la responsable de producir alimentos de lo más insanos. Mientras los mitos alimenticios proliferan, Brusset nos advierte de dónde tenemos que poner nuestra vigilancia con el fin de garantizar nuestra salud.