Para un artista mayúsculo solo hay una cosa más difícil que acabar una carrera para decir adiós definitivamente y es saber hacerlo al tiempo justo, sin arrastrarse con agonías inútiles ni ser esclavo de la nostalgia. Así ha hecho Raimon con su habitual pero todavía sorprendente elegancia, llenando doce veces, doce, el Palau de la Música Catalana, como también estaba lleno ayer este último concierto de despedida que el cantante ha regalado a su público todavía pletórico de voz y con la única intención de pasárselo bien haciendo música. Aplausos sonoros. Reverencias, las que haga falta.

Ayer el Palau estaba lleno de gente que quería dar gracias a uno de los cantantes de su vida (había también un relleno extra de autoridades, consejeros de la Generalitat y factótums de la sociedad civil que me ahorraré recordar, de estos a quienes cuesta muchísimo encontrar en cualquier concierto) y el genio de Xàtiva les devolvió el gesto con un recital antológico en el sentido más estricto del término, repasando toda una vida dedicada a la música, sin concesiones y con toda la batería a punto. El público ya peina canas, por desgracia: hay pocos jóvenes, pero los que estamos las conocemos todas y las seguiremos cantando a los que vengan, si es que quieren escucharnos.

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La fiesta empezó celebrando justamente el matrimonio de Raimon con el Palau de la Música: el Coro Infantil del Orfeón Catalán, dirigido por la Glòria Coma y con Pau Canals en el piano, cantó "Yo vengo de un silencio" y "De un tiempo de un país". Acto seguido, Mariona Carulla entregaba al protagonista un trofeo de agradecimiento, un fragmento escultórico de la maravillosa vidriera modernista del recinto, ideada por Antoni Rigalt i Blanch. Raimon salía al escenario, todavía sin compañía, con rojo encendido en la camisa y los pantalones negros de siempre. Primeros gritos, todavía tímidos, de I-inde-indepedenciaaà. Breve momento de pánico: una parte del público protesta porque hay un foco de la televisión que les tapa la vista (hoy La Nostra televisa el concierto con un cierto retraso): ¡se oye llamar Focu! ¡Focu!, pero muchos de mis compañeros de fila dicen que la gente llama ¡Robu! ¡Robu! Bien, cosas del Palau...

Empieza el recital con "En verano cuando son las nueve", seguido de "Si mirabas el agua", "Espina de tiempo" y "mientras se acerca la noche", del álbum Reloj de emociones (2011). No es el Raimon de los hits que conoce a la mayoría del público y que todo el mundo espera, pero es la obra más reciente de un cantante que se acerca al final de su carrera con una gran viveza y canciones rebosantes de sanísima reflexión de un hombre "que tiene más recuerdos que proyectos". Pero la reflexión enseguida ensarta el camino de los orígenes con "una canción que hice hace dos o tres siglos", en referencia a la preciosa "Somos", donde se dice "de la tierra venimos, a la tierra iremos; en la tierra vivimos, en la tierra seremos, No lo conocía de nada" y "País Vasco", que arranca las primeras ovaciones de la noche. Raimon mira a sus músicos y les dice con los brazos que estén tranquilos. Ya tiene la voz en su sitio, bien calentada. Empieza la fiesta.

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Profeta de poetas, un repaso en el camino del cantante de Xàtiva no podría olvidarse de sus cómplices, y así enlazamos sin traba Ausiàs March (Si como cell que se ve cerca de la muerte y Si como lo taur, con un despiste incluido que va hace parar la canción; ¡no pasa nada!), Roís de Corella ("Balada de la urraca y la esmerla"), Joan Timoneda ("Bella, de Usted, só enamorós)" y Anselm Turmeda ("Elogio del dinero"), canciones que recuerdan por qué Raimon es digno merecedor del Premio de Honor de las Letras Catalanas. En Catalunya, los poetas se leen poco pero se cantan mucho.

Ayudado por su magnífico y fielísimo cuarteto –con Miquel Blasco y Joan Urpinell en la guitarra, Pau Domènech a los vientos y Fernando Serena en el contrabajo– el cantante hila el ecuador del despido con "Muy Lejos" y continúa la noche abrazándose de nuevo a Espriu, con la preciosa "Pequeña canción de tu muerte", para después volver a acordarnos de que en nuestro país la lluvia no sabe llover. La voz de Raimon se hace grande de nuevo, y ya lo vemos trompetear, como siempre, los suyos intransferibles agudos musculosos, cerrando los ojos e imitando la cara, como si le fuera la vida a cada nota.

Raimon es un artista a su crepúsculo, pero nos quiso recordar que retirarse de los escenarios no quiere decir acabar de hacer música, y lo hizo con dos canciones que todavía no ha grabado (la bellísima I nosotros con ellos y el simpático scherzo humorístico "Napolitana para ti"). Quizás no volverá a los escenarios, pero nadie dice que no vuelva a grabar música. Así lo esperamos.

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Sin embargo, al fin y al cabo todos queríamos escuchar, de nuevo y por última vez, los himnos que han esculpido un cantante heroico que ha manchado de música nuestra vida. Después de una hora y tres cuartos de concierto, el cantante nos dice adiós con una hilera de canciones que, con un simple rasgueig de guitarra, se han convertido en la memoria sonora de toda una colectividad. Tenían que estar todas y así fue: "Velas e vientos, he mirado esta tierra", "Yo vengo de un silencio" (con el público delirantemente entregado, de pie y con algunos gritos, ahora sí, de Independencia) y "Digamos no".

"Me hace un poco de cosa, pero acabaré como empecé", dijo antes de atacar "Al viento", con un público emocionado a quien|quién las manos cocían de aplaudir. In my end is my beginning, dice T. S. Eliott a los Four cuartetos. No hay inicios, ni final, si hablamos de la vida de un gran artista como Raimon. La cara al viento, siempre la cara al viento. Hasta siempre.