El 25 de noviembre de 1905, entre vivas al Ejército y a España, un grupo de militares asaltó la imprenta y la redacción del semanario satírico ¡Cu-Cut! y también de La Veu de Catalunya, en la Rambla de les Flors, junto al Palau de la Virreina. La tarde de la ira de los militares destacados en Barcelona se suponía motivada por la celebración del Banquete de la Victoria regionalista y el célebre chiste de Junceda publicado en !Cu-Cut! La noticia del asalto conmovió a la ciudad. En el teatro Romea, donde se estrenaba Las garces de Ignasi Iglésias, el republicano Josep Roca i Roca, aseguraba: "Eso no puede continuar; se tienen que acabar de una vez nuestras riñas; tenemos que ser una sola cosa todos los catalanes". La indignación contra los militares y el gobierno –que afirmaba el poder represivo del Ejército con la Ley de Jurisdicciones– daba a luz la Solidaritat Catalana, la unión de catalanistas, carlistas y republicanos, cuyo liderazgo moral tomaría el expresidente de la I República, Nicolás Salmerón.

Contra este espíritu de unidad que había augurado Roca y Roca, y que reuniría a buena parte de los republicanos –unitarios, federales y catalanistas– unas semanas después se alzaría la voz de Alejandro Lerroux García. Periodista y agitador político desde joven, Lerroux había llegado a Barcelona a finales del siglo XIX como la gran esperanza republicana, y con su retórica inflamada y su demagogia anticatalanista consiguió hacerse un nombre. Nacía el lerrouxismo –presumiblemente financiado con los fondos de reptiles gubernamentales– que con una red de centros republicanos, conocidos como Casa del Pueblo, encuentros políticos dominicales denominados "meriendas fraternales" y la fuerza de choque de los "Jóvenes Bárbaros" –a los cuales su caudillo animaba a asaltar los conventos y "elevar a las hermanas a la categoría de madres para virilizar la especie"–, el conocido como "Emperador del Paralelo" pretendía combatir el catalanismo en los sectores populares con un discurso vagamente obrerista, profundamente anticatalanista y exaltadamente populista. Electoralmente tuvo especial relevancia en el Ayuntamiento de Barcelona, mientras Lerroux continuaba implicado en todo tipo de conspiraciones.

La llegada de la República encontró al viejo Lerroux convertido en un republicano conservador que ocupó varias carteras ministeriales y llegó a presidente del gobierno tras la victoria de las fuerzas de derecha. La corrupción, especialmente los asuntos Estraperlo –en el cual estaban implicados personas muy próximas y él mismo– y Nombiela supusieron su ocaso político antes de la Guerra Civil. El viejo revolucionario se posicionó a favor de los sublevados desde su exilio en Portugal. Murió en Madrid en 1949.

El artículo "El alma en los labios", publicado en La Publicidad el 9 de diciembre de 1905, fue la pública demostración de la ruptura republicana y el inicio de la oposición de Lerroux al movimiento de opinión que cristalizó en Solidaritat Catalana, a la cual se adherían personalidades republicanas de relieve, como el mismo Salmerón –presidente de la Unión Republicana, que no sobrevivió a la ruptura–; el hasta entonces lugarteniente de Lerroux, Emili Junoy, o el director de La Publicidad, Eusebi Corominas. El texto es una buena muestra del discurso demagógico y anticatalanista de Lerroux, que no sólo atacaba lo que él denominaba "separatismo" que despreciaba España y sus símbolos, sino que justificaba la acción de los militares, asegurando que "si hubiera sido militar, hubiera ido en quemar La Veu, el ¡Cu-Cut!, la Liga y el palacio del Obispo por lo menos".

 


El alma en los labios

Alejandro Lerroux
La Publicidad, 9 de desembre de 1905

Los hombres sinceros, incapaces por su organización cerebral para las artes de disimulo y las adaptaciones del convencionalismo, sienten a veces el ansia de decir la verdad, con el imperio inapelable de una necesidad fisiológica. Suba los labios o brote a la pluma el despecho de la voluntad. En ocasiones callar es más prudente, o más conveniente vestir las ideas y los juicios propios con eufemismos que disfrazan u ocultan la verdad en tabernáculos inaccesibles al vulgo, sólo asequibles para los analizadores sutiles y los espíritus superiores ya lo sé, pero tales distingos se avienen mal con mi temperamento y, preñado de ideas y de juicios que considero en mi consciencia verdades como puños, me ha llegado la hora de parir, parir o reventar.

Y tengo el honor de presentar a ustedes el fruto de bendición.

* * * 

Hace menos de seis años imperaba en Barcelona el catalanismo político hijo degenerado del contubernio monstruoso entre una aspiración literaturesca, romántica, y un malestar social subido al periodo agudo con motivo de la catástrofe nacional.

Había prendido al calor de la protesta en el espíritu de los descontentos de arriba y en el de los descontentos de abajo, y derivó, según el estado de consciencia de cada clase, en los de arriba fecundando por el odio, hacia el separatismo más o menos disfrazado; en los de abajo hacia la democracia con aspiraciones y tendencias socialistas o internacionalistas.

Los de arriba encontraron enseguida en fórmulas, las Bases de Manresa, incongruentes, reaccionarias, escritas en lujoso pergamino, mantenedoras de privilegios antiguos, creadoras de otros nuevos, con alma y con tendencia disgregadora, separatista, como inspiradas por el espíritu clerical y aprobadas por varios obispos de maldita memoria que debieron haber muerto como Don Opas o Acuña.

El catalanismo político hijo degenerado del contubernio monstruoso entre una aspiración literaturesca, romántica, y un malestar social subido al periodo agudo

Los de abajo acogiéronse por fin a la suya, formaron un núcleo, aclamaron como primordial aspiración, base y fundamento de otras muchas, la necesidad de la República Española, y surgió la Unión de los republicanos.

Pero antes de que surgieran concretamente esas fórmulas, las calles de Barcelona fueron teatro de escenas abominables y vergonzosas. Los castellanos, que forman la tercera parte de esta población, no se atrevían a hablar fuerte en Las Ramblas, porque la bestia separatista se mofaba cínicamente de su idioma. Algún oficial del Ejército fue corrido y apaleado en la vía pública. Los representantes de los poderes públicos, no por serlo de una monarquía, sino por serlo de España, fueron objeto de las más groseras y violentas manifestaciones de hostilidad y desagrado. La bandera de la patria fue numerosas veces ultrajada. La osadía separatista llegó hasta a silbar la bandera militar, escoltada por su propio regimiento en plena vía pública. El desenfado y la audacia creció en las filas de los malvados al mismo compás que la cobardía de las autoridades y la mansedumbre de los que no iban a recibir el santo y seña en la Lliga Regionalista. Su prensa reventó como una cloaca llena, y la injuria soez, la difamación villana infestaron el ambiente moral de esta población. Los vividores sin vergüenza, los explotadores sin honor, ansiosos de honores políticos, sentaron plaza en esa mesnada, y a la par que se retraían los hombres honradamente equivocados, se encumbraban los logreros y hacían carrera los cagatintas curialescos, más aplaudidos cuanto más blasfemaban contra España en sus saturnales de la palabra.

Aquí no se podía vivir sin vocación de mártir o de manso, esta es la verdad. Los labios musitaban muy quedos por la calle la lengua patria. Los ojos tristes de los españoles todos no podían recrearse en los colores radiantes de la bandera nacional, que apenas si, para mayor ignominia, izábase los días festivos en las almenas del castillo de Montjuich.

Los castellanos, que forman la tercera parte de esta población, no se atrevían a hablar fuerte en Las Ramblas, porque la bestia separatista se mofaba cínicamente de su idioma

Con tal estado de cosas acabó el partido republicano.

Es él, nadie más que él, solo el quien arrolló a la caterva impura, quien desentumeció los ánimos abatidos, quien enardeció el espíritu de las gentes. Y al compás de la Marsellesa que apagó la fosca y estúpida solemnidad del canto llano que diputaron himno de los “segadores” melenudos de dudoso sexo, volvió a las calles la alegría, a los corazones, la paz, a las almas, una esperanza de mejores días.

Perdióse Barcelona para la monarquía, porque aquí no hay dinásticos puros, sino pancistas indecentes, pero la ganaron los republicanos para España.

* * *

Y la victoria ciñó a nuestras sienes laureles olorosos, que nos anestesiaron y nos hicieron dormir la siesta de Homero,

Nos hicimos finos, cultos, tolerantes, cogimos el rábano por las hojas.

Dejamos el garrote en el rincón de la casa y salimos a la calle con ramos de olivo, con libros en la mano y pregonando la paz, la legalidad.

Vinculamos en una palabra odiosa todas nuestras aspiraciones presentes. Dijimos: “vamos a capacitarnos para gobernar” y nos castramos como idiotas.

Las facciones separatistas hacían, entre tanto, su odiosa labor, auxiliadas por el Obispo, aún más odioso y más separatista.        

Nosotros cantábamos idilios en nuestros centros. Muchos coros, muchas escuelas y ningún fusil, casi ningún revólver, apenas las viejas estacas triunfadoras.

Ellos aquí, hablando de enviar la “última embajada a España”, repitiendo lo de “cortar amarras”, silbando la bandera española, poniendo en caricatura al Ejército.

Nosotros, santos varones, muy preocupados en parecer muy cultos, muy tolerantes, muy capacitados para… para que nos denuncien los periódicos, nos roben y falsifiquen actas, nos acaparen los negocios municipales, nos maten en la cárcel a nuestros amigos, nos disuelvan nuestras sociedades obreras, nos apalee la fuerza pública en la calle.

Ellos aquí, hablando de enviar la “última embajada a España”, repitiendo lo de “cortar amarras”, silbando la bandera española, poniendo en caricatura al Ejército

Un accidente de la lucha le hace aumentar un poco su representación en el Ayuntamiento, y los muy borrachos organizan el “banquete de la victoria”, llegan al frenesí, gritan muera España y, en el paroxismo de la embriaguez o viceversa, van contra la Fraternidad Republicana, su obsesión, que, con cuatro modestos palos de silla, azotándoles sus abundantes nalgas, les hace correr despavoridos.

Sus plumas villanas, así escriben infamias odiosas en La Veu, como redactan telegramas indignos, llenos de falsedades, dirigidos al tirano.

Ni uno de nuestros amigos está inmune para esos miserables profesionales de la mentira y de la calumnia. Se nos ha ofendido en lo más hondo. A nuestra conducta prudente, a nuestros deseos de paz ¿cómo se ha respondido?

¡Y se me habla a mí de concordia, de pacto, de matrimonio!

El partido republicano de Barcelona, mejor aún el pueblo republicano de Barcelona, mientras oiga mi voz y atienda mi consejo, no pactará con los regionalistas que han maldecido la patria y que tienen al frente hombres tan indignos que en Barcelona oyeron los ultrajes sin protesta y en Madrid la ultrajaron nuevamente con palabras de amor serviles, cobardes, falsas.

El amor a la patria, como yo lo entiendo, borra las fronteras, pero no levanta otras más acá, ni las cimienta en el odio y en el ultraje al suelo de cuyo engrandecimiento moral nos encargó la naturaleza.

Así, no me digáis que condene la violencia iracunda con la que los representantes del Ejército vengaron la patria en Barcelona.

...hubiéramos ido el pueblo y yo a llamar a la puerta de los cuarteles y a decirles a los soldados que antes que la disciplina están, en la consciencia de los hombres, la libertad y la patria.

Yo no soy un teorizante, yo no soy filósofo en coloquios con mi corazón; yo soy un hombre de carne y hueso, con sangre y con nervios, con odios y amores, para mí no hay conflictos entre el corazón y el derecho; para mí no hay más que razón y pasión.

Los que olvidaron la razón, no pueden pedirme a mí la que otros no tuvieron.

Yo digo que, si hubiera sido militar, hubiera ido a quemar La Veu, el ¡Cu-Cut!, la Lliga y el palacio del Obispo por lo menos.

Y si yo hubiera estado en Barcelona la noche de “autos”, hubiéramos ido el pueblo y yo a quemar varios conventos, escuelas de separatismo, y a llamar a la puerta de los cuarteles y a decirles a los soldados que antes que la disciplina están, en la consciencia de los hombres, la libertad y la patria.

* * *

¡Condenar a los oficiales!

Sí, yo les condeno por imprudentes, por disciplinados, por “capacitados”, por ciegos.

El mal no está en la materia inerte, cuatro tinteros, cuatro acarreadores de noticias, cosas sin alma que se mueven todas mecánicamente, sin consciencia, porque les dan grasa, forma o asidero.

El mal está más arriba: en los directores que en Madrid son patriotas y aquí separatistas; en los “apóstoles” que al primer asomo de riesgo personal se esconden o emigran a Tolosa, enviando a Madrid un “embajador” para que implore y obtenga su perdón e impunidad; en los ministros y exministros que halagan y acarician esta canalla cuando con actas, cuando con varas, cuando con privilegios y concesiones económicas cuya utilidad no trasciende jamás al pueblo ni en menor trabajo, ni en mejor salario, ni en más barato el pan; en los Gobiernos que pactan con esa chusma, mientras persigue a los republicanos; en la justicia histórica, que encarcela a obreros inocentes, víctimas de la confabulaciones policiacas y deja en libertad a los separatistas que maldicen a la patria y ultrajan el Ejército; en la monarquía que quiere aprender catalán para gritar visca Catalunya dando la mano a los que dicen mori Espanya.

¡Censurar a los militares porque han tenido un arranque de vergüenza!

No, sino porque no se detuvieron en la primera página de una historia que está en blanco y que ha de escribirse con sangre y decorarse con pólvora, si no se quiere que la tragedia humana la escriba con dinamita como en Rusia.

El mal está más arriba: (...) en la monarquía que quiere aprender catalán para gritar visca Catalunya dando la mano a los que dicen mori Espanya

Hace años, Madrid presenció una violencia igual a la que ahora me reconcilia con los militares. Mi periódico estuvo amenazado por ellos, defendido por compañeros suyos que antes habían perdido la carrera peleando por la República.

Hace meses, una turba de “cocodrilos” cobardes pretendió atacarnos en esta casa, aullando mueras a la libertad, a La Publicidad y a Lerroux.

Hace días, una mandila de borrachos vociferando “¡Muera España!”, “¡Muera Lerroux!”, atacaron al pueblo indefenso reunido en Fraternidad Republicana.

Ni hace años, ni hace meses, ni hace días, ni nunca se puso a nuestro lado para defendernos o para protestar, la gente nea, la prensa reaccionaria.

¿Es que cuando se atropella a los republicanos o a los liberales no se viola el derecho y cuando se ataca a los separatistas sí?

Cuando los breves días de la huelga general, la canalla separatista agasajaba a oficiales y obsequiaba a los soldados, que entonces salían a defender, no el orden, por nadie alterado, sino la propiedad de los separatistas y entonces no ardió nada, pero corrió la sangre del pueblo.

Ahora, el ejército, no a la fuerza como entonces, sino espontáneamente, sale a defender un orden moral superior a todos los intereses de la burguesía y porque la burguesía sufre algunos perjuicios materiales, ¿se pretende que censuremos el acto, que nos abracemos a las víctimas?

Aspiramos a realizar un movimiento revolucionario para redimir la patria. Buscamos con ansia el necesario concurso del Ejército

Además, si viviéramos en un país constituido, donde imperase la justicia y la legalidad fuese ambiente común para las luchas de la razón, el extravío encontraría su represión y su castigo en los medios adecuados a la cultura de un país libre y bien gobernado; la justicia de la propia mano merecería severa represión. Pero aquí, en España…

Vivimos en plena indisciplina social, impera la ley del más fuerte. Aspiramos a realizar un movimiento revolucionario para redimir la patria. Buscamos con ansia el necesario concurso del Ejército.

Y véase que disparate: cuando el Ejército, respondiendo al ambiente en que vivimos y viendo la muchedumbre y la pasividad criminal del Gobierno para defender a la patria, procede a la justicia catalana, y hace un ensayo pequeño de la revolución, se pretende en nombre de la razón del derecho y no sé cuántas monsergas que los republicanos censuremos al Ejército.

Y con tan plausible motivo se nos quiere casar con los separatistas…

Y ni siquiera se tiene el valor de decirlo claro, sino que se acude a la retórica para no decir nada en definitiva y quedar mal con todos.

Antes que pactar con esa chusma envilecida por el amor al ochavo, que es la quintaesencia del regionalismo separatista, estoy dispuesto a rebelarme contra todo el mundo

Pues mi opinión ahí queda y en resumen digo:

Que me alegro mucho de lo sucedido.

Que el partido republicano de Barcelona, en sus dos únicas ramas, federal y autonomista (la Unión) abierto está a recibir a los que, sin haber degenerado en separatistas, sienten tanto el amor a España que quieren redimirla de la monarquía, ganarla para la libertad y el progreso por medio de la revolución.

Que antes que pactar con esa chusma envilecida por el amor al ochavo, que es la quintaesencia del regionalismo separatista, estoy dispuesto a rebelarme contra todo el mundo, acompañado o solo.

Acompañado, si el pueblo me ayuda.

O solo, en mi casa, asomándome al balcón para escupir en la cabeza de tanto imbécil de tanto farsante y de tanto cobarde.