Carlos de Habsburgo, a quien la cultura española ha llamado hasta la saciedad "el I de España y V de Alemania", es una de las figuras más controvertidas de la historia universal. Denominado, también, "César" por la extensión de los dominios que gobernó, es el paradigma más representativo de las políticas matrimoniales de las monarquías europeas. Nieto del emperador germánico Maximiliano de Habsburgo -por via paterna-, y de los Trastámara, los Reyes católicos hispánicos -por la materna-, su herencia es el resultado de un carrusel de carambolas. Unas fruto de la providencial fortuna y otras obra de las inconfesables maniobras políticas -crímenes de Estado- de los que -interesadamente- le desbrozaron el camino. Carlos, en el transcurso de su vida, reposo el trasero en una veintena de tronos. Unos tapizados con finísimos espoleados, y otros hilvanados con los clavos más afilados. La herencia envenenada.

La primera carambola

Carlos era el hijo primogénito de Juana de Castilla y Felipe de Habsburgo. En la castiza terminología española, de Juana la Loca -la hija heredera de los Reyes católicos hispánicos- y de Felipe el Hermoso -el yerno dispuesto que, en casa de los suegros, acabó convertido en un indeseable. Hay que apuntar, sin embargo, que inicialmente Juana no era la heredera al trono. La precedía su hermano Juan -el retoño primogénito de los Trastámara, la católica pareja- que fue casado con una hermana de Felipe prácticamente al mismo tiempo en una operación que inspira las ofertas 2x1 de los templos contemporáneos del consumo. El heredero Juan, sin embargo, no tenía buena salud y la alemana, en cambio, era una mujer explosiva. La versión oficial dice se lo llevó la tuberculosis, y la oficiosa -las fuentes censuradas- afirman que murió reventado en la entrepierna de la fogosa germana, sin haber alcanzado el objetivo de preñarla. Juana y sus futuros hijos pasaban a ocupar un lugar preferente en el orden de sucesión de las coronas hispánicas.

Carlos de Habsburgo

La segunda carambola

La muerte de Juan, el heredero, a manos -o en las piernas- de Margarita de Habsburgo no es un detalle que convenga pasar por alto. Los conciertos matrimoniales entre los Trastámara hispánicos y los Habsburgo germánicos apuntan claramente la voluntad -y la estrategia- de recuperar la idea universal de la Roma imperial o la de Carlomagno el franco. La cuestión que se debatía era quién resultaría el auténtico ganador de esta alianza. Para ilustrarlo de una manera esquemática -y aritmética- diríamos que las respectivas cancillerías formularon dos ecuaciones de difícil resolución: Trastámara + Habsburgo = x; y Habsburgo + Trastámara = y. Un detalle importantísimo en una sociedad de ideología patriarcal. El caso es que Fernando -el católico- quedó tan contrariado por el exceso de celo de la nuera, que una vez enterrado el heredero exigió a la hija y al yerno -a Juana y a Felipe- que le confiaran la educación -y la vida- de su segundo hijo -Fernando, el hermano pequeño de Carlos- con el propósito de mantener el equilibrio -y la incógnita- de la ecuación.

Juana oficialmente perdió el juicio, y extraoficialmente, enfermó por unas venéreas que le había transmitido su marido antes de morir

La tercera carambola

Poco después murió el Hermoso. Oficialmente de una neumonía. Y extraoficialmente envenenado por su suegro Fernando. Su viuda -Juana- oficialmente perdió el juicio -y el derecho a reinar- golpeada por la muerte inesperada de su gran amor. Y extraoficialmente, a causa de unas venéreas que le había transmitido antes de morir. Carlos -el primogénito de la pareja- se convertía -definitivamente- en el heredero de las coronas hispánicas. Pero Maximiliano -su abuelo materno- no lo quiso dejar en manos de los hispánicos, y en un acto que revela la suma de un paternalismo desinteresadamente protector y de una maniobra política estratégicamente concebida, se lo llevó a Flandes -allí donde había sido engendrado y criado-, lejos del misterioso y peligroso botiquín de Toledo. Carlos se formó en Gante con los más prestigiosos docentes de la época. Y, pasados los años, cuando alcanzó la mayoría de edad y fue requerido para formalizar la herencia hispánica, no sabía ni una pizca de castellano.

Europa en el año 1500

La bola negra

Fernando el Católico, que desde la reclusión de Juana la loca había gobernado la monarquía hispánica en un difícil equilibrio con las oligarquías castellanas, se había convertido en una máquina de fabricación de intrigas y conspiraciones. Cuando Carlos se disponía a reposar su trasero en los tronos hispánicos, presentó al mundo a su heredero y candidato, Fernando de Habsburgo -el hermano pequeño de Carlos criado y formado en Barcelona. El Católico -a diferencia de cuándo se casó con Germana de Foix- no tenía ninguna intención de separar los destinos de los estados hispánicos. Y al poner a la luz de sol al nieto oculto, las oligarquías castellanas se alarmaron. Si hasta entonces habían manifestado cierto pesar por entronizar a un alemán, al conocer las intenciones del Católico se les desveló un sentimiento de repulsión absoluta. Una reedición del "viejo catalanote, vuélvete a tu nación" que le habían lanzado cuando enviudó, transformado en uno "antes alemanes que catalanes" de la contemporánea condesa de Aguirre en versión post-medieval. El error de cálculo de Fernando. La bola negra.

Hispaniorum rex

Carlos tenía el apoyo de la casa de Habsburgo, que equivale a decir del Sacro Imperio. Y Ferran el Católico con la estrategia fallida del nieto oculto, le abrió las puertas de par en par al flamenco de Gante. Pero Carlos era consciente de la complejidad de la herencia hispánica. Un sitial de clavos tras otro que pondrían a prueba las facultades del faquir más reputado. La unión dinástica de la católica pareja había construido un edificio político confederado que sería -salvando las distancias cronológicas- un modelo similar a la actual Unión Europea. Carlos de Habsburgo se intituló, oficiosamente, Hispaniorum rex. Como lo habían hecho Sancho de Navarra -en el año 1000- o Jaime I de Catalunya-Aragó al concluir la conquista del País Valencià. Era un título oficioso que se autoatribuía el monarca que se quería sentir el más poderoso de la península. Carlos no fue nunca el I de España, porque el reino español no se formularía hasta que el primer Borbón -dos siglos más tarde- sometió a la Corona catalano-aragonesa -la herencia de Fernando el Católico- a sangre y fuego.