Aina Fernàndez i Aragonès y Albert Garcia Pujadas son especialistas en comunicación y marketing que han trabajado durante mucho de tiempo en el mundo empresarial, en temas vinculados a entornos digitales. Los dos, además, trabajan en la universidad formando a la gente en temas de comunicación digital. Pero no son tecnólogos, y confiesan que no tienen "ni idea" de programación. En cambio, conocen muy bien el impacto que tiene la tecnología a la vida de las personas. Y, sobre este tema, han publicado en la editorial El Viejo Topo, en catalán y en castellano, el libro ¿Libres o vasallos? El dilema digital. Explican su investigación a El Nacional en Sant Cugat, cerca del centro donde trabaja Aina Fernández.

 

Los cambios derivados de la revolución digital han modificado mucho a nuestras sociedades. ¿Pero estos cambios han acabado? ¿Cómo nos afectará a la revolución digital en los próximos años?

El cambio ha sido más profundo de lo que parece: la tecnología está modificando completamente nuestra existencia. Y no ha hecho más que empezar. El cambio se acelera, porque la tecnología digital permite trabajar con mucha más cantidad de información y eso permite optimizar cualquier actividad humana. Es un círculo vicioso: todo se acelera, todo va más rápido, todo crece más, pero también todo se acaba antes... Y se tiende a un mundo polarizado: el que gana se lo lleva todo.

A medida que íbamos investigando hemos visto mucho más las perspectivas negativas del mundo digital

Venís del sector empresarial del mundo digital, pero en cambio mostráis una fuerte desconfianza hacia el mundo digital... ¿Os definís como ciberoptimistas o como ciberpesimistas?

Antes de empezar a preparar este libro éramos muy optimistas, ahora ya no lo somos tanto. Hemos ido cambiando de opinión: a medida que íbamos investigando hemos visto mucho más las perspectivas negativas del mundo digital. Y hemos ido ponderando nuestras opiniones. No queríamos estar en ninguno de los dos bandos, pero la realidad se impone, y nos lleva ligeramente hacia el pesimismo, aunque somos optimistas por naturaleza. Pero aunque la inercia no es buena, el dilema digital no está cerrado. Todavía hay posibilidades de cambio. Pero hay que actuar.

¿En qué aspectos la evolución de la revolución digital no es buena?

Todo tiene su cara A y su cara B. La tecnología permite, por ejemplo, que gente que no ha tenido nunca acceso a técnicas y conocimientos ahora lo tenga, y eso es muy bueno. Pero en el tema de la seguridad y de la privacidad, los aspectos negativos son gravísimos. El propio sistema esconde los problemas de seguridad, para no alarmar a los usuarios.

A nadie se le ha enseñado qué cosas se pueden hacer y cuáles no con el ordenador y con el teléfono móvil

¿La gente es consciente de estos problemas?

En absoluto. No son conscientes de ello los mayores, que no dominan mucho la tecnología, pero tampoco los jóvenes, que trabajan con ella muy a menudo. No hay ninguna generación que se haya educado en temas de seguridad digital. A nadie se le ha enseñado qué cosas se pueden hacer y cuáles no con el ordenador y con el teléfono móvil. Haría falta legislar muy estrictamente todo estas cuestiones, pero las reglas del juego serían difíciles de establecer. Un juguete conectado a internet es una puerta abierta a que alguien entre en tu casa. Los más jóvenes, a los que llaman "nativos digitales", no tienen capacidad de control de los aparatos: son auténticos analfabetos tecnológicos, con grandes agujeros de seguridad. Usan como juguetes aparatos que no son juguetes. Y los que saben mucho de estos asuntos, a veces no tienen la madurez ética para saber qué hay que hacer ni cómo, porque tampoco se les ha formado en este campo.

¿Los asaltos informáticos son un mito o una realidad?

Con un ordenador de 300 euros un chaval puede hacer saltar una red de semáforos o de distribución de electricidad. Y eso pasa cada día, pero los ataques tecnológicos se suelen tapar. Nunca sabremos hasta qué punto los hackers rusos de Putin han podido tener influencia en las votaciones de los Estados Unidos y eso es gravísimo. El problema de seguridad tendría que estar en la primera página de nuestra agenda, pero no está en ella. Y en parte no está porque se delega en los expertos. Tendría que ser la opinión pública la que reclamara más seguridad, pero para eso hace falta una formación de la opinión pública. No puede ser que el consumidor haga OK a todo aquello que le sale a la pantalla del ordenador. Porque así, algún día alguien decidirá por él; incluso decidirá a quién quiere votar.

Hay cosas muy buenas en el mundo digital: nunca habíamos tenido tanto de acceso a la información como ahora

Cuando la red nació había expectativas de que contribuyera a hacer a una sociedad más democrática. ¿Eso ha sido así?

Cuando en la red había poca gente, los que estaban tenían un perfil muy determinado: era gente inquieta, motivada... En este contexto sí que la red era un elemento de democratización. Ahora la red se ha igualado a la sociedad global, y funciona como ella, e incluso se ha convertido en una maquinaria de propagación de odio. A pesar de todo, todavía hay comunidades que permiten ampliar el debate e intercambiar conocimientos; habría que continuar por este camino, pero estas comunidades coexisten con otras dinámicas que no son tan bonitas. Hay cosas muy buenas en el mundo digital: nunca habíamos tenido tanta posibilidad de acceso a la información como ahora. Pero a veces no sabemos ni como acceder a ella ni como usarla.

Anunciáis que la digitalización contribuye a la polarización del mercado laboral y a la desaparición de la clase media... Y pronosticáis que en 30 años no quedará clase media.

Por una parte tendemos a un mundo superexperto y la pirámide profesional tiene una base cada vez más estrecha. Los perfiles intermedios de gente que hace trabajos repetitivos están siendo sustituidos por máquinas o por software. Y paralelamente salen especialistas supercotizados, a menudo vinculados a los grandes monopolios digitales que obtienen grandes beneficios. Eso ya pasaba, pero esta dinámica se está acelerando.

¿Se anuncian, pues, problemas de empleo, no?

Tendemos a un mundo donde faltará el trabajo para todos. No habrá puestos de trabajo para todo el mundo. La tecnología conduce a eso. La cuestión es ver cómo lo resolvemos. Se vuelve a hablar de la renta básica, y es un tema que ya está en la agenda pública. Hace falta que todo el mundo pueda vivir dignamente. También hay otras propuestas, como la de poner impuestos en las máquinas que sacan puestos de trabajo a la gente...

La idea de progreso económico infinito no es tan evidente

¿Podremos seguir viviendo como hasta ahora?

Tenemos que ser conscientes de que tendremos que vivir de otra manera. Un sueldo digno no incluye cambiarse de coche cada dos por tres, ni hacer un gran viaje de vacaciones cada año... La idea de progreso económico infinito no es tan evidente... Habrá que revisar qué se puede hacer y que no.

Afirmáis porque la revolución digital reducirá las diferencias entre Norte y Sur, "allanará la tierra", pero hay gente que anuncia que no hará más que hacerlas crecer.

En poco tiempo, con la digitalización, 4.000 millones de personas entrarán a competir por los trabajos que tenemos aquí. En el fondo es un reto: hasta ahora eran pocos los que vivían bien. A nivel global, de todo el mundo, que se distribuya la riqueza no está nada mal. Y gracias a las tecnologías, el progreso económico de algunos países puede avanzar muy rápido: gracias a los móviles por ejemplo, algunos países han podido progresar con la bancarización y eso les facilita mucho las cosas.

La primera cosa que habría que hacer es saber qué está pasando. Una de las cosas más flagrantes, en el ámbito digital, es la vulneración al derecho a la intimidad.

Reclamáis que los usuarios tienen que pasar en la acción y tomar el control de las nuevas tecnologías. Habláis del empoderamiento tecnológico. ¿Qué habría que hacer?

Todavía estamos a tiempo de hacer alguna cosa para cambiar estas dinàmicas. Hay actitudes que permitirían plantar cara al problema, y la primera cosa que habría que hacer es saber qué está pasando. Una de las cosas más flagrantes, en el ámbito digital, es la vulneración del derecho a la intimidad. La gente está hipotecando su vida y no es consciente de ello. De forma automática, la gente cede mucha información a grandes monopolios, y eso tendrá consecuencias negativas a la larga. Alguien puede tener la tentación de hacer un uso negativo de tus datos, y si los tiene, eso le será muy fácil.

Apostáis por un "consumo crítico" de la tecnología". ¿En qué consistiría?

Queremos huir del dogmatismo extremo. La base es que antes de decidir si usar una tecnología o no usarla tengas en cuenta si esta tecnología la puedes modificar, si te controla, si tiene recambios... Cuando escoges un producto tecnológico tienes que tener en cuenta muchos factores. No puede ser que compres un producto que te durará seis meses: eso es una estafa. Y no puede ser que cuando compras un producto te obligue a consumir sus complementos: los cartuchos de la impresora, las cápsulas de la cafetera, el software del móvil... No tiene sentido que dependamos así de nuestros proveedores. Si una cosa no es compatible con productos de otras empresas, no tendríamos que adquirirla, porque nos hipoteca... Antes de comprar una cosa tienes que ser consciente de los problemas que comporta. Hay que tener espíritu crítico.

Reivindicad la ética hacker. ¿A qué os referís?

Los hackers son personas que aspiran a entender cómo funcionan las cosas por dentro para poder modificarlas y usarlas de forma diferente. El hacker busca por dónde falla el sistema, y eso no es una actividad negativa en sí, no hay voluntad de destruir. El finlandés Pekka Himanen escribió un libro sobre la ética hacker, en que se preguntaba sobre qué movía a los hackers (que son diferentes de los delincuentes informáticos, los cràckers). Y vio que los hackers no aceptan la ética del capitalismo, sino que aspiran a una nueva relación con el mundo y con el trabajo. Nosotros compartimos bastante la ética hacker, y sería para nosotros un modelo.

Linux representa en un grupo de gente que se junta y consigue hacer una cosa mejor que la empresa más potente del mundo

Uno de los efectos de la digitalización es el aislamiento de las personas. ¿Creéis que con este contexto realmente es posible articular un movimiento?

El mundo digital a veces genera sinergias: permite agrupar a la gente y trabajar de forma colaborativa. Las comunidades de código abierto, por ejemplo, trabajan de forma muy activa. Linux representa lo que puede llegar a ser el código abierto: un grupo de gente que se junta y consigue hacer una cosa mejor que la empresa más potente del mundo. Pero por otra parte, la digitalización acaba generando una dinámica de todos contra todos, que es un reflejo de lo que pasa a la sociedad en general.

Paradójicamente para prevenir los males que puede comportar la tecnología, apostáis porque la gente pierda el miedo a los aparatos informáticos.

No puede ser que nosotros callemos y dejemos que sean otros los que nos impongan la forma de actuar. La tecnología es algo más que un producto que tiene un precio y en el que tienes que apretar un botón y aceptar. Tienes que enfrentarte a la tecnología: saber las lógicas del lenguaje de programación, abrir un ordenador y entender, sobre todo, las implicaciones que tiene la programación y el código informático. De la tecnología se puede hacer un buen uso o un mal uso. Y tú tienes que decidir cómo hacerlo... Si no sabes cómo funcionan los algoritmos de Google, te puedes pensar que los contenidos que salen en la primera página de tu búsqueda son las mejores informaciones sobre el tema. Tienes que saber cómo funciona el mundo digital para saber como usarlo. La voluntad de este libro, Libres o vasallos, es justamente esta: que la gente abra más los ojos, que sea más consciente del problema digital.