Tenía todas las condiciones para convertirse en uno de los mejores atletas de la historia. Un trágico accidente de coche puso fin prematuramente a la vida del carismático mediofondista norteamericano Steve Prefontaine.

Cuando era pequeño, a Steve Prefontaine lo que realmente le gustaba era jugar a baloncesto. De hecho, formaba parte del equipo de su escuela. No se le daba del todo mal, pero era tan bajito que el entrenador extrañamente lo hacía jugar. Una tarde, desde la ventana de clase, Steve vio cómo se entrenaba el equipo de atletismo dando vueltas y más vueltas al campo de fútbol americano del centro. Pensó que aquel era un deporte para tontos, pero, en el fondo, alguna cosa le llamó la atención. Pocas semanas después ya estaba dando vueltas y más vueltas al campo de fútbol.

Cuando pasó al instituto, Prefontaine se convirtió inmediatamente en la estrella del equipo superando varias marcas estatales y nacionales de media y larga distancia. Se lo disputaban universidades de todos los Estados Unidos, pero él prefirió quedarse en casa y en 1969 ingresó en la Universidad de Oregón (uno de los centros, todo sea dicho, con uno de los mejores programas de atletismo del país) con la vista puesta en los Juegos Olímpicos de Munich 72.

"Nadie gana una carrera de 5000 metros trotando los primeros 3000 metros. Eso no va conmigo". Prefontaine se caracterizaba por un estilo agresivo. Tomaba la cabeza de la carrera desde los primeros metros y ya no aflojaba hasta cruzar la meta. Un estilo atrevido que hacía enloquecer al público que acudía al estadio de la Universidad. Si en Oregón era considerado una leyenda, de un carisma imparable amplificado por una imagen atractiva, también acabó por seducir al resto del país. Sólo tenía 19 años y todavía pocas proezas en el tartán, pero ya ocupaba la portada de revistas del prestigio de Sports Illustrated. Quizás demasiado y demasiado rápido.

Precedido del récord nacional de los 5.000 metros, Prefontaine se plantó en Munich con el claro objetivo de colgarse la medalla de oro. Llegó a la final, pero fue incapaz de mantener el ritmo del finlandés Lasse Virén, ganador de la prueba, y del segundo clasificado, el atleta tunecino Mohammed Gammoudi. Peor todavía, a menos de 10 metros del final se acabó de hundir y también fue pasado por el británico Ian Stewart. Ganador nato, desde el fracaso en Munich el oro olímpico se convirtió en una obsesión. Para Prefontaine durante los siguientes cuatro años no había nada más importante, no existía nada más que Montreal 1976.

Acabada su etapa universitaria, Steve entró a formar parte del equipo del Oregón Track Club, pero a menudo volvía al campus para participar en competiciones u ofrecer conferencias. Como aquel 29 de mayo de 1975 en que un grupo de atletas finlandeses visitó Oregón para participar en una carrera organizada por la NCAA (organización que regula las pruebas universitarias en los Estados Unidos) que, evidentemente, ganó él. Al día siguiente, de buena mañana, subió al coche para hacer el camino de vuelta a casa. No se sabe exactamente cómo pasó, sin embargo, todavía dentro del campus, después de chocar contra un muro, el MGB de Prefontaine quedó volteado con Steve dentro atrapado. Cuando llegaron las asistencias sanitarias, ya había muerto. Se marchaba uno de los atletas más prometedores de la historia y la figura que popularizó las carreras de media y larga distancia en los Estados Unidos.

Personaje de una popularidad extraordinaria en Norteamérica, la vida de Steve Prefontaine ha sido llevada dos veces al cine, las dos estrenadas curiosamente (o no tanto, porque no sería el primer caso de espionaje entre estudios cinematográficos) con pocos meses de diferencia el año 1997: Sin límites, con Robert Towne como director y Billy Crudup de prota y Prefontaine, con Steve James tras la cámara y Jared Leto ofreciendo una de sus mejores interpretaciones nunca.